Módulo 1
Inducción a la Educación en Línea
Actividad 3. Estrategias para la efectividad de la educación a distancia
El Sentido de la Alfabetización Tecnológica.
De la aboca del político sale cual serpiente atacando entre la hierba, y se nos antoja igualmente preciso y mortal: "los que egresen del sistema educativo de hoy sin la preparación adecuada, serán analfabetos tecnológicos en el mundo del futuro”. Quienes inspiraron esta frase acuñaron una variante todavía más ponzoñosa, que nos pone de frente con el verdadero sentido oculto de la afirmación al sustituir "analfabetos" por indigentes. Los pobres del futuro lo serán de conocimiento tecnológico; no de dinero, ni de bienes, ni de cultura, sino de aquello que habrá de permitirles -o no- acceder a todas esas cosas. Y cuando un político dice esto, los maestros y los profesores tiemblan ante el dedo acusador que los señala como directos responsables de todos los males futuros, si no cumplen con su deber.
El funcionario educativo cuando aparecen en los medios para difundir algún proyecto relacionado con la tecnología, y muy especialmente con la Informática, recurre al axioma para justificarse. Pareciera ser que pensar en el futuro de los alumnos en estos términos es un acto de incalculable generosidad, que no sólo pinta al docente como una persona sensible y preocupada, sino además como un visionario agudo, un analista profundo de la realidad moderna y un tipo verdaderamente aggiornado.
En los años cuarenta y cincuenta no había empresa sin máquinas de sumar y de escribir; en el futuro no las habrá sin computadoras. ¿Es diferente la situación ahora?
Hace medio siglo la cantidad de tareas que un humano podía asumir para paliar el hambre o para trepar hasta la "clase media" era mucho mayor que hoy. Con poco podía llegarse lejos; con mucho, podía alcanzarse casi cualquier meta.
La tecnología se empeña en reducir drásticamente la necesidad de mano de obra. Ergo, cada vez somos más aspirando a ocupar posiciones más y más escasas. Cada año nos cuesta más, en términos de tiempo y dinero, poseer todo lo que necesitamos poseer para ser considerados exitosos. No basta ya con el refrigerador, el lavarropas y la televisión de hace cincuenta años; no alcanza con un auto en la cochera, ni con leer un libro, plantar un árbol y tener un hijo.
Decir que un analfabeto tecnológico será un fracasado a corto plazo. Por supuesto que lo será , tanto como un mudo o un ciego viven en radical desventaja frente a las personas que gozan de sus cinco sentidos; pero la inversa, poseer algún dominio de la tecnología, de ningún modo garantiza el éxito ni asegura el futuro de nadie a no ser que cuente además con otros ingredientes que los tecnócratas y los políticos evitan deliberadamente mencionar.
El primero de estos ingredientes es la inteligencia, una mente despierta y creativa. Cuando en 1876 se inventó el teléfono, se abrió el camino hacia la creación de innumerables puestos de trabajo directamente relacionados con la nueva tecnología.
Al convertirse en producto de uso masivo, hicieron falta ingenieros, técnicos y especialistas, y en número mucho mayor... telefonistas. Los unos y los otros, desde una óptica similar a la que utilizan los políticos de hoy frente a la Informática, eran diestros en la tecnología, pero -sin duda- esa destreza tenía sus matices. La diferencia estribaba nada más ni nada menos que en la profundidad del conocimiento y en la capacidad intelectual con que cada una de las partes asumía su relación con la telefonía.
La alfabetización tecnológica no es determinante de nada, porque en ausencia de habilidades mentales de relevancia no sirve para mucho y, en su presencia, es sencillo adquirirla en el momento en que se la necesita.
El segundo elemento es el de las oportunidades. Una persona formada con razonable amplitud no es automáticamente independiente de las condiciones socio-económicas de su entorno a la hora de conseguir empleo. Puede que no tenga los contactos adecuados, la personalidad que se busca (o que es vista como necesaria), el color de la piel o el origen social óptimos.
Y el tercer ingrediente: es el trabajo mismo. Porque aunque los políticos y los funcionarios del ministerio de Educación lo ignoren, o pretendan ignorarlo, o no quieran saberlo, si no hay trabajo de nada sirven todas las demás disquisiciones.
Aducen algunos que es justamente por la escasez de empleos que se hace importante la capacitación. La capacitación es valiosa per se cuando hay abundancia de empleo. Cuando no, es un factor importante pero no decisivo.
La estructura socio-económica de nuestros países es una doble pirámide. En una, grandes masas debajo, disminuyendo hacia arriba el número de los que ocupan posiciones más favorables.
La alfabetización tecnológica, está ligado a una franja social con condiciones especiales de educación, inteligencia y oportunidades. Justamente eso es lo que revela una reciente encuesta: que la desocupación afecta con más fuerza a las personas... ¡cuanto más capacitadas están! Aparentemente, es más fácil conseguir un buen trabajo si uno no ha completado la secundaria, y muy difícil si uno es un egresado de ese nivel o del terciario.
La tecnología, que en su avance descontrolado es una causa primordial de la reducción de los puestos de trabajo. La solución sería sensata de no mediar dos factores. Primero, que los puestos de trabajo donde la tecnología (informática) es requerida son deseables porque hay pocos aspirantes y todavía es baja la competencia. Y el segundo factor, es que, en tanto alfabetizamos a la población, la tecnología sigue avanzando a un ritmo tal que nos deja atrás casi por definición.
Se atan estos problemas sociales y económicos a la Educación, haciéndola aparecer como responsable de los males de la gente. Es cierto que una persona bien formada tiene mejores oportunidades, que ha desarrollado su inteligencia y que puede acceder a mejores condiciones de vida. Pero que "pueda" no significa que lo logre.
Como educadores y ciudadanos no debemos tragarnos la ingenuidad de los políticos y digerir alegremente que todo pasa por nuestra responsabilidad de docentes. Hagamos nuestro trabajo con profesionalismo, transmitiendo todo el conocimiento que pueda transmitirse, ampliando la cultura, la inteligencia y el horizonte de nuestros alumnos, socializándolos para una existencia útil para sí mismos y para los demás, inculcándoles los mejores hábitos y dándoles las más finas destrezas, pero seamos conscientes de que nuestra labor sólo cambiará al mundo si damos origen a una generación que rechace como a la peste la injusticia social, la ambición desmedida de poder y riqueza, el egoísmo y la insensibilidad.
Estos valores, que nada tienen que ver con la tecnología, son sin embargo los que le pueden dar el sentido que hoy le falta y los que obligarán a la clase política a asumir su parte en el proyecto humano, asegurando que la semilla de la educación no está destinada a caer en un desierto.
Educar tecnológicamente para sobrevivir en un mundo de competitividad feroz, de modo que unos pocos puedan darse por satisfechos mientras que el resto agoniza, no es una buena excusa para educar. Eliminar la injusticia, crear un orden social más benévolo, garantizar la igualdad de oportunidades para todos y, luego, educar para enaltecer y ennoblecer al Hombre; eso sí vale la pena.
Ma. Concepción Rodríguez Castañón GRUPO 6