La ratona envió a sus ratoncitos a que exploraran el mundo y le contaran sus impresiones. El primero se aventuró a asomarse a la puerta y volvió muy azorado diciendo:
—He visto un monstruo. Tenía grandes orejas, era lanudo, meneaba la cola y decía con voz áspera: “guau, guau”.
—No tengas miedo, no te harán nada esos monstruos.
El segundo salió, llegó al corral y volvió muy inquieto.
—¡He visto un sultán! —dijo—. Se paseaba presumido, alzaba la cresta, cortejaba a su serrallo y decía: “¡quiquiriquí!”
—No temas —dijo la ratona— no se dignarán verte esos presumidos sultanes que sólo se ocupan de cortejar.
—He visto un señor muy bueno: estaba junto al fogón hecho una bola, tenía los ojos cerrados, y rezaba.
—De esos diablos que aparentan que rezan —dijo la madre —, de ésos te has de cuidar.
Rubén M. Campos